DIBÚJAME UN CORDERO- IRENE LUNA

ARNICHES 26, FERIA ESTAMPA

Por SAIGON ART MAG 03 de diciembre de 2024

El Principito  es la historia de un aviador que recuerda cuando de niño los adultos no eran capaces de reconocer en sus dibujos la serpiente que se había tragado un elefante, en cambio veían un sombrero, lo que terminó por desalentar sus aspiraciones de ser artista, más tarde, este niño artista se convirtió en aviador y tras un aterrizaje de emergencia en el desierto, de la nada apareció un niño que le pedía que le dibujara un cordero, tras varios intentos fallidos descartados por el Principito, el piloto decide dibujar una caja, que tendría al cordero dentro, este dibujo sí complace al niño, que sí ser capaz de imaginar al cordero dentro, no como los adultos que durante su infancia eran incapaces de vislumbrar la silueta del elefante en el estómago de la serpiente. 

Esta anécdota del cuento Antoine de Saint-Exupéry da nombre al stand de Arniches 26 en la Feria Estampa de este año Dibújame un cordero, un solo show de Irene Luna en el que el protagonismo recae sobre la caja, un elemento muy presente en las ferias de arte pero que siempre se esconde de la vista del público, Irene de Luna considera, bajo una visión romántica, a la caja como un mártir de la sociedad moderna en el sentido de que el motivo por el que existe la caja es recibir los golpes y proteger aquello que guarda en su interior. 

La idea para esta exposición surgió en el desmontaje de ARCO, en el que la artista participó ayudando a otra galería a desmantelar el stand, aquí tomó conciencia del valor de la caja en la conservación de los bienes materiales y la poca importancia que se le da en general, a partir de este punto, llegó a la reflexión de que, para los humanos, las casas son las cajas de nuestra memoria, nuestras vivencias y nuestra intimidad.


La exposición son veintidós cajas que corresponden a las once casas y once habitaciones en las que la artista ha habitado, estas cajas hechas a mano y son idénticas a las cajas para embalar obras de arte, pero con la diferencia de tener en su interior la silueta, trazada de memoria y no de catastro, de los diferentes espacios que ha habitado como el piso de su madre o la casa en la que vivía con sus padres cuando era niña, el vacío de cada caja es el espacio en el que ahora la artista guarda la intangibilidad de la memoria y los recuerdos que asocia con cada casa en la que ha vivido, de este modo, la exposición es el resultado del ejercicio de hacer las paces con la nostalgia y el pasado. 

 

Es un planteamiento similar a una lógica que en castellano muchas veces pasamos por alto, pero los ingleses no y que es la diferencia entre lo que ellos llaman “casa” (house) y lo que llaman “hogar” (home), en este sentido, para los británicos una casa son cuatro paredes con un techo y una cama, mientras que un hogar es el espacio en el que te sientes a salvo, donde desarrollas tu vida privada y donde habitan tus recuerdos, el hogar es el planeta en el que el Principito se tenía que preocupar de que los baobabs no crecieran demasiado y de deshollinar los volcanes con cierta frecuencia.

El “hogar” al que se refiere Irene Luna en las cajas de Dibújame un cordero es el lugar en el que cada uno puede ser él mismo y en el que cada uno puede ejercer plenamente su libertad, mientras que la “casa” sería el lugar en el que salvaguardamos nuestros bienes, la caja, el hogar, guarda el espacio en la memoria del espacio en el que guardamos los recuerdos ligados al espacio real.

Igual que el Principito, Irene de Luna ha estado en muchas casas, pero el suyo no parece ser un caso idéntico al del protagonista del cuento, mientras que este pasa todo un año visitando distintos planetas en los que no termina de encontrarse cómodo, Irene Luna ilustra con cada caja, cada casa, o, dicho de otra manera, cada planeta que a ella ha habitado y que ahora se transforman en un contenedor imaginario de vivencias y anécdotas

Los humanos entendemos desde el siglo XIX la vivienda como un derecho fundamental, habitar es una función humana necesaria y habitar un hogar es el primer paso para habitar el mundo que nos rodea,  por otro lado, el concepto habitar se relaciona directamente con la arquitectura y la construcción del espacio, en este sentido, lo que Irene de Luna hace en esta exposición es precisamente construir el espacio en el que habita la memoria.

Es una exposición muy cuidada en los detalles y la disposición, todas las cajas están hechas a mano y son todas diferentes, da la sensación de que la artista no da una puntada sin hilo, todo en la exposición está meticulosamente pensado y planificado con anterioridad, parece que Irene antes de ponerse a producir para largo rato pensando en que es lo que va a hacer.

El resultado es una obra posiblemente mucho más reflexiva que contemplativa, aunque entiendo que de que las once casas y las once habitaciones que componen la exposición, lo importante, no es tanto como están hechas las cajas, ni tampoco el corte de la espuma del interior, lo importante aquí es el vacío y lo que significa el hueco. Normalmente considero muy  aburrido cuando un artista pretende con su obra hablar de su mundo interior o de cuestiones biográficas, no es el caso, Irene Luna en esta exposición es capaz de hacer universalizables sus vivencias personales, lo que consigue no hablando de la memoria en particular ni de las vivencias en particular que asocia con cada casa en la que ha vivido, sino que habla sobre la memoria como concepto universal, lo que solo puede hacer representando las casas en las que ella ha vivido en particular y que no sería posible hacer representando casas en general.

La exposición son veintidós cajas que corresponden a las once casas y once habitaciones en las que la artista ha habitado, estas cajas hechas a mano y son idénticas a las cajas para embalar obras de arte, pero con la diferencia de tener en su interior la silueta, trazada de memoria y no de catastro, de los diferentes espacios que ha habitado como el piso de su madre o la casa en la que vivía con sus padres cuando era niña, el vacío de cada caja es el espacio en el que ahora la artista guarda la intangibilidad de la memoria y los recuerdos que asocia con cada casa en la que ha vivido, de este modo, la exposición es el resultado del ejercicio de hacer las paces con la nostalgia y el pasado. 

 

Es un planteamiento similar a una lógica que en castellano muchas veces pasamos por alto, pero los ingleses no y que es la diferencia entre lo que ellos llaman “casa” (house) y lo que llaman “hogar” (home), en este sentido, para los británicos una casa son cuatro paredes con un techo y una cama, mientras que un hogar es el espacio en el que te sientes a salvo, donde desarrollas tu vida privada y donde habitan tus recuerdos, el hogar es el planeta en el que el Principito se tenía que preocupar de que los baobabs no crecieran demasiado y de deshollinar los volcanes con cierta frecuencia.

El “hogar” al que se refiere Irene Luna en las cajas de Dibújame un cordero es el lugar en el que cada uno puede ser él mismo y en el que cada uno puede ejercer plenamente su libertad, mientras que la “casa” sería el lugar en el que salvaguardamos nuestros bienes, la caja, el hogar, guarda el espacio en la memoria del espacio en el que guardamos los recuerdos ligados al espacio real.

Igual que el Principito, Irene de Luna ha estado en muchas casas, pero el suyo no parece ser un caso idéntico al del protagonista del cuento, mientras que este pasa todo un año visitando distintos planetas en los que no termina de encontrarse cómodo, Irene Luna ilustra con cada caja, cada casa, o, dicho de otra manera, cada planeta que a ella ha habitado y que ahora se transforman en un contenedor imaginario de vivencias y anécdotas

Los humanos entendemos desde el siglo XIX la vivienda como un derecho fundamental, habitar es una función humana necesaria y habitar un hogar es el primer paso para habitar el mundo que nos rodea,  por otro lado, el concepto habitar se relaciona directamente con la arquitectura y la construcción del espacio, en este sentido, lo que Irene de Luna hace en esta exposición es precisamente construir el espacio en el que habita la memoria.

Es una exposición muy cuidada en los detalles y la disposición, todas las cajas están hechas a mano y son todas diferentes, da la sensación de que la artista no da una puntada sin hilo, todo en la exposición está meticulosamente pensado y planificado con anterioridad, parece que Irene antes de ponerse a producir para largo rato pensando en que es lo que va a hacer.

El resultado es una obra posiblemente mucho más reflexiva que contemplativa, aunque entiendo que de que las once casas y las once habitaciones que componen la exposición, lo importante, no es tanto como están hechas las cajas, ni tampoco el corte de la espuma del interior, lo importante aquí es el vacío y lo que significa el hueco. Normalmente considero muy  aburrido cuando un artista pretende con su obra hablar de su mundo interior o de cuestiones biográficas, no es el caso, Irene Luna en esta exposición es capaz de hacer universalizables sus vivencias personales, lo que consigue no hablando de la memoria en particular ni de las vivencias en particular que asocia con cada casa en la que ha vivido, sino que habla sobre la memoria como concepto universal, lo que solo puede hacer representando las casas en las que ella ha vivido en particular y que no sería posible hacer representando casas en general.


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