Derritiente para todos los colores

Por Paco Caparrós. 10 de febrero de 2024

La Primera exposición individual en València de Javier Bravo de Rueda se inauguró el pasado viernes 9 de febrero en la galería Jorge López, con obras realizadas expresamente para la exposición y otras llevadas a cabo en el contexto de la primera edición de la residencia CeràmicRes en l’Alcora (Castellon).


El punto de partida y concepto fundamental de esta exposición es La Real Fábrica de Loza y Porcelana del Conde de Aranda de l’Alcora, el escenario al que el artista se ha dedicado a explorar y comprender desde distintas perspectivas para, después de la investigación, llevar a cabo las obras que se exponen en esta muestra. Javier Bravo de Rueda cuenta como la fábrica se comportaba como un lugar hostil, le hizo sentir como un intruso desde el primer momento, poco y con el paso de los días se fue haciendo a la fábrica sin perder nunca la sensación de que podría estar en peligro, estaba siempre la posibilidad de caer enfermo o de que le cayera en la cabeza algún trozo del techo.

La primera norma de la fábrica era que no se podía sustraer nada de lo que estuviera ya fabricado, motivo por este motivo, el material del que parte es la tilesa, el último resquicio de la fábrica, de lo que fue y lo que significó para el pueblo. Azulejos rotos, pintados y sin pintar, muy deteriorados todos en general. Pausados en la producción y afectados por el deterioro del tiempo, de la misma manera que ocurre con la cerámica misma como material, que es el resultado geológico de millones de años, a la que los humanos le dan forma y la congelan en el tiempo solo con el trabajo industria de unas horas de duración entre el trabajo y la cocción. 


A partir del trabajo arqueológico de rescatar y reciclar materiales y la producción en desuso (incompleta), la visualidad plástica de la obra expuesta es el reflejo de la sociedad que nos rodea y condiciona, en este sentido, utiliza la ficción como el marco para la creación de un falso misticismo entre la realidad y la ficción para una visión crítica del mito y el ritual para la que el color y textura cumplen un papel fundamental en cuanto a la transmisión del significado, pero también a la capacidad expresiva de la propia obra, que se hace posible por la experiencia y la solvencia técnica sobre la cerámica como material de trabajo, llevando a cabo el juego volumétrico de entrantes y salientes, que solo es posible hacer si se conoce en profundidad tanto las capacidades de los materiales como las tolerancias de la cerámica para poder llevar a cabo las obras sin que colapsen durante el proceso de horneado.


De este modo, el trabajo expuesto funciona como una metáfora sobre lo que en algún momento fue y lo que ahora es, se produce con la transformación del azulejo en un objeto artístico, un cambio de función, de la finalidad práctica, a la función simbólica.  Se produce también un juego entre lo que pertenece al interior de la fábrica y lo de fuera de ella, es la manera del artista para conjugar el tiempo pretérito y la actualidad a través del resultado de un proceso creativo en el que a medida que la obra se desarrolla el autor va descubriendo el camino a medida que va creando, pero no por esto es un proceso azaroso, es muy controlado por la inestabilidad propia del material, que pone a la obra siempre en riesgo hasta después de la cocción.


Por otro lado, la finalidad de esta investigación plástica era el enfrentamiento al lugar como individuo, para descubrir y descifrar la relación del pueblo con la fábrica desde el siglo XVIII, hasta su cierre en los 70s y desde su cierre hasta el presente, por eso el “tiempo” es uno de los conceptos fundamentales de la exposición por producir el deterioro de las tiles abandonadas y que el artista pausa su deterioro al cocerlas. En la exposición se pueden ver los distintos estratos de cómo ha sido la aproximación al lugar, la fotografía, la apropiación y la transformación.


La exposición interpretada como la obra en conjunto, pero también en particular, es muy elocuente, sobre el proceso y la experiencia del artista, se produce un retrato desde la fotografía al volumen, sobre como de a poco, Javier Bravo de Rueda a se ha ido acostumbrando a la fábrica, el primer paso de esto es la fotografía, donde no altera el espacio, solo entra y captura la realidad objetiva desde la lente de su cámara, el siguiente paso de la experiencia en la fábrica es la apropiación, ahora el artista toma la cerámica y la lleva al estudio, lo que conduce al tercer y último paso: la transformación, con la cerámica que la fábrica nunca terminó, para en el estudio, darle una visualidad alterada y la hornea, congelándose en el tiempo y dando fin a su condición latente de obra inacabada.


En definitiva es un resultado muy elocuente, solo desde la observación activa y sin un trasfondo teórico, el espectador ya puede llevar a cabo la lectura superficial y certera de lo que la obra quiere representar, el soporte teórico termina de dar las pistas y las claves para entender los detalles y las partes concretas, que el artista construye. Es una obra que conduce a la reflexión, pero no es retadora, la observación continuada de la obra no supone un desafío constante al espectador, es muy agradable, contemplativa y con distintas capas de profundidad. 

Imágenes por: "Galería Jorge López" 


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